Fátima Blázquez, en el plató del programa deportivo DXTEF, de Televisió d’Eivissa i Formentera (TEF). | DE

Fátima Blázquez (Salamanca, 14-05-1975) llegó prácticamente sin hacer ruido a Eivissa. La salmantina se afincó hace algunos años en la isla y, desde entonces, lidera la organización de diferentes pruebas deportivas como el 3 días Trail de Ibiza y la Non Stop Tracks de Formentera, entre otras. La presidenta del Club Trideporte, sin embargo, es mucho más que una organizadora o una deportista más. Su currículum como ciclista profesional cuenta con dos participaciones en Juegos Olímpicos (Atlanta’96 y Sidney’00), así como en Europeos, Mundiales y citas como el Giro de Italia y el Tour de Francia. Estas dos últimas las ha ganado más de una vez por equipos. La historia de Blázquez es más que curiosa, pues se inició en el mundo de las dos ruedas al tener que fortalecer una pierna lesionada trabajando sobre una bici estática.

—¿Qué le trajo a la isla?
—Vine a hacer una prueba de mountain bike y me caí. Había venido con una maleta de Ryanair, como digo yo, con lo básico e imprescindible. En la caída me hice daño y no podía viajar a no ser que fuera tumbada y con un coste elevado. Mientras me recuperaba, me salió una oportunidad laboral. Llega un momento en que ya has hecho muchas cosas y cuesta entrenar tanto. Creí que era el momento de hacer un cambio a de una vida profesional a otra. Cuando llamé a mi casa a para buscar el coche mi madre dijo ‘malo, esta chica no vuelve’.

—Le tuvo que gustar la isla para haber cambiado Salamanca por Eivissa.
—En el ciclismo, la parte más dura de vivir en Salamanca era entrenar en invierno. Eran muchas horas, cinco o seis al día, hiciera el tiempo que hiciera. Quizás el buen tiempo, el clima de aquí, fue una de las cosas básicas para venir.

—¿Cómo fueron sus inicios en el mundo de la bicicleta?
—Por casualidad. Como todo niño, haces mil deportes. Jugando al fútbol me rompí el tobillo y me escayolaron seis meses. Me quitaron la escayola un martes y el jueves siguiente me hice un esguince y me querían volver a escayolar. Dije que había que buscar otra solución. Tenía 16 años. Me infiltraron y dijeron que tenía que hacer bici estática para fortalecer la pierna. Así fue mi inicio, con una bici estática para recuperar la pierna.

—¿Cómo eran los entrenamientos?
—Los años que más entrenaba hacía unos 23.000 kilómetros al año. Los más duros quizá fueron cuando fuimos seleccionadas para Barcelona’92, con un entrenador ruso. A modo de broma a veces digo que Hitler a su lado era bueno. No sabía hablar español. Sólo decía trainning, tiempo y pulsaciones. A partir de ahí, daba igual que estuvieras bien, mal o que te dolieran las piernas. Vino del Este una oleada de entrenadores rusos para Barcelona’92 y no entendían nada. Era un entrenamiento totalmente militar. También en Italia hubo dos años con un entrenador duro. Era otro que no entendía nada. Sólo quería que dieras pedaladas y ganaras carreras. Lo demás le daba igual.

—Ha estado en Europeos, Mundiales y Juegos Olímpicos. ¿Cuál fue su primer gran éxito?
—Estar en el Tour, hacer un puesto en las Olimpiadas, en la selección... La evolución fue muy rápida. Cuando me rompí la pierna, empecé a montar en bici en un mes de mayo y en octubre ya estaba en el Mundial de Atenas juvenil. Creo que fue una cosa de cabezonería. Cada día entrenaba con mucha ilusión. Una de las partes importantes de todo deportista de elite es la ilusión. De lo contrario, no aguantas el estrés, la tensión y la presión, que es muy fuerte en todos los deportes. Por haber sido olímpica, he conocido todos los deportes. Cuando me dicen que el fútbol es fácil no lo creo. Es duro. Tampoco creo que el ciclismo sea de los más duros. El más duro es el que mezcla la parte física con la artística, como la gimnasia deportiva o la natación sincronizada. Encima de que tienes que hacer deporte, has de poner buena cara y eso es muy complicado.

—¿Se veía capaz de llegar a unos Juegos en sus primeros pasos?
—Si no sueñas, no entrenas. Salamanca es una ciudad muy dura para entrenar al igual que Castilla y León o La Mancha. En Salamanca puedes estar 15 días sin ver el sol. Tienes que hacer 150 kilómetros y dices ‘dónde voy’. Tienes que jugar mucho con la ilusión y decirte que tienes que salir porque de lo contrario no vas a estar ahí. Aquí en Eivissa también me dicen lo mismo, que es pequeña, pero yo el primer año hice también casi 23.000 kilómetros. Todo es por un objetivo.

—Atlanta’96 y Sidney’00. ¿Qué recuerdo guardas de ambas citas?
—La de Atlanta fue una muy mala experiencia. Me costó volver a entrenar. Pasé 15 días malos. Me caí cuando íbamos escapadas cuatro a falta de cuatro o cinco kilómetros. Por lo menos habría quedado cuarta. La prueba era en una urbanización en la que había resina. Llovió muchísimo y en una de las curvas patiné. Da mucho coraje acabar perdida en el pelotón cuando podías ser cuarta. Por contra, en Sidney se hizo una grandísima carrera. Íbamos a ayudar a Joane Somarriba, que era la jefa de filas. Hubo un momento en mi carrera en que dije ‘mira, tienes posibilidades de estar con Joane ganando Giros, Tours y otras cosas’. Dejas un poco la parte personal para convertirte en un buen gregaria, que también está pagado y cotizado. Joane quedó octava en los Juegos y como premio me quedé con ella entrenando. Viví toda la Olimpiada desde el principio hasta el final. Si no compites, te mandan a casa a los dos días, pero allí estuvimos desde la inauguración hasta la clausura. La acompañaba a entrenar y por la tarde me iba a ver competiciones de atletismo, baloncesto, balonmano...

—¿Impresiona la vida en la villa olímpica tanto como dicen?
—Sí, porque te das cuenta de que no eres nadie. Yo he tenido mucha suerte en este sentido. Desde el principio, en la selección española de ciclismo de mi época estaba con Pedro Delgado, Miguel Indurain, Fernando Escartín y mucha gente. Luego, en mi grupo de entrenamiento estaba Pablo Lastras, Mancebo, Santiago Blanco, Chabacano... Te das cuenta de que, a su lado, no eres nadie. Vas a Italia después de haber ganado pruebas importantes en España y estás con cuatro campeonas olímpicas, del Giro, del Tour... En aquel momento éramos el equipo más fuerte del mundo. Llegas allí y dices ‘madre mía, dónde me he metido’. Es una cura de humildad importante y ellos también son humildes.

—¿Cómo fue la evolución del ciclismo femenino?
—En ese momento hubo un seleccionador que confió mucho en las mujeres y se pegó mucho con la federación. Al principio ibas a la Copa del Mundo y quedabas última, pero ibas a la siguiente y perseguías un poco menos a la gente porque querías estar delante. En verdad fueron dos seleccionadores, Enrique Carreras y José Ignacio Lavarta, quienes apostaron por las chicas y se consiguieron resultados. Ahora, para la federación parece que tienes que nacer bueno para estar en estos sitios y es una gran equivocación, porque la base tiene que ver dónde ir. Si no tienes la oportunidad de ir, ¿para qué entrenas?

—Con Joane Somarriba le fue bastante bien en el Giro de Italia y el Tour de Francia.
—Sí, yo gané una etapa en el Giro y como equipo ganamos cuatro Giros y tres Tours.

—¿El seguimiento al ciclismo femenino era igual que del masculino?
—Sí. El Giro tenía su espacio, como el Tour. Lo echaban en Eurosport. El Giro tenía su espacio en la RAI con una hora diaria. Venía el helicóptero y volaba sobre el pelotón. En Italia, un equipo profesional de chicas y uno de chicos es lo mismo. En aquellos años entrenábamos con el Mercatone Uno, con Pantani, Fontanelli... Entrenábamos y convivíamos con ellos.

—Sigue muy metida en el deporte, como organizadora e incluso participante. Se deja ver en duatlones, triatlones, carreras...
—Hago de todo porque creo que el deporte no es una parte de mi vida, sino que es mi vida, mi trabajo, el lugar en el que me divierto. Este fin de semana estaremos en Formentera haciendo una carrera por La Mola, luego en Croacia con la mountain bike y a principios de abril haremos alguna cosilla también.